Parece que la sociedad de consumo no termina de aceptarse a sí misma entre cadenas de montaje y lineales equidistantes llenos de tetrabricks. Menos aún dentro de un taller de mano de obra semiesclava. De ahí el éxito de la cultura del lujo accesible o prestigio de masas, un cóctel aparentemente contradictorio pero que mueve sectores enteros, como el de los perfumes, bajo la aspiración de abandonar la clase media y la cadena de producción fordista que la caracteriza. La exclusividad masiva, el artista en la fábrica… relatos casi míticos pero con suficiente fuerza como para seguir dirigiendo la tarjeta de crédito.