vía @Pijamasurf Kant y su antídoto contra la obligación posmoderna de ser feliz

“Ahora bien, es imposible que un ser, por muy perspicaz y poderoso que sea, siendo finito, se haga un concepto determinado de lo que propiamente quiere en este sentido. Si quiere riqueza ¡cuántas preocupaciones, cuánta envidia, cuántas asechanzas no podrá atraerse con ella! ¿Quiere conocimiento y saber? Pero quizá esto no haga sino darle una visión más aguda que le mostrará más terribles aún los males que ahora están ocultos para él y que no puede evitar, o impondrá a sus deseos, que ya bastante le dan que hacer, necesidades nuevas. ¿Quiere una larga vida? ¿Quién le asegura que no ha de ser una larga miseria? ¿Quiere al menos tener salud? Pero ¿no ha sucedido muchas veces que la flaqueza del cuerpo le ha evitado caer en excesos que habría cometido de haber tenido una salud perfecta?, etcétera. En suma, nadie es capaz de determinar con plena certeza mediante un principio cualquiera qué es lo que le haría verdaderamente feliz, porque para eso se necesitaría una sabiduría absoluta.”

Una de las enunciaciones del imperativo categórico —clave de la filosofía kantiana, formulado por primera vez en esta Fundamentación…—, dice:
“Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio.

Según Mazie, este “imperativo práctico” nos hace considerar a las personas con quienes tratamos a diario como eso, personas, no sujetos que están ahí para complacernos o que sirven a nuestros propios fines, sino como personas “con una dignidad en común que merecen nuestro respeto”. El hombre o la mujer a quien le compramos un café todas las mañanas es un ser humano con una existencia singular, con sus cualidades, sus problemas, su propia historia que por una coincidencia improbable llegó a coincidir con la de ese cliente que a las 8:35 ordena un café americano.

¿Y qué tiene que ver eso con la felicidad? En el ámbito de la ética kantiana, que la única forma de comportarse con esa persona que prepara tu café de camino al trabajo es como si supusieras que esa acción se convertirá en ley universal, dicho de otro modo, como si cada uno de tus actos se convirtiera ipso facto en una norma que el mundo entero estaría obligado a cumplir. ¿Te gustaría que, de esa mañana en adelante, todos estuviéramos obligados a ser descorteses con quien prepara nuestro café? 

Ahora sí tiene sentido el imperativo categórico de Kant, ¿no? Como vemos, se trata menos de una obligación hueca como la contemporánea —un “Sé feliz” que se agota en el imperativo de la consigna— y más de una actitud coherente con un sistema más amplio en donde la felicidad es apenas un engranaje, un elemento de una vida mucho más plena: la vida en el mundo que es, al mismo tiempo, filosofía y praxis.