A la clase de hoy –de mañana– le damos un tema. Más que un tema, un título. Como el de una novela; una instigación, una cifra. Amores Brujos; Sangre de Amor Correspondido; u otro.
25 o 30 alumnos, distribuidos de una manera que no suponga jerarquías; ni entre ellos ni con respecto a ti. En círculo o en elipse, habitualmente. Nos preparamos para una conversación grupal sin frente… ni fondo.
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Apenas empieza a rodar el diálogo notarás que hay alumnos que se crecen y otros que se esconden. Se nota hasta espacialmente. Hay que intervenirlo. Hay que traer al escondido al centro y diluir un poco al acaparador. Es una labor necesaria del gestor del aula (el maestro, quiero decir). Hacerlo no tanto por equidad, sino porque estamos convencidos de que el acallado tiene más que decirnos que el exaltado; es decir, apostando al aporte del silenciado. Y haciéndoselo saber, al mismo tiempo que obligándolo a participar. Este proceso se dará una y otra vez a lo largo de los 50 minutos de debate; y una y otra vez deberás remontarlo.
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… Es verdad que estamos atravesados por condicionantes y que ellos pueden ser hasta razonables. No los ignoro. Sólo que no los atiendo literalmente.
Yo sé que cuando el aula haya acabado, hayamos andado por donde hayamos andado (y con los currículos lúcidamente en mi cabeza), habremos pasado por varios temas de los necesarios y a ellos nos hemos dedicado. Pues bien, márcalos como abordados y listo. Y a seguirle.
Más importante que eso (y tal vez esto no me lo dirías) es qué tipo de estructura tiene el contenido que definió mi aula. Como debes saber, no me interesó establecer de qué disciplina partí ni a cuáles conecté; el concepto de disciplina no está en mi cabeza. Me preocupan los nudos problemáticos, no las estructuras burocráticas del conocimiento. Eso me estructura.
Ahora, eso sí, sobre una trama nutrida y vívida de aulas así vienen bien cada tanto una serie de miniconferencias expositivas temáticas bien hechas, articuladas a la fuerza problemática y constructiva que mueve al grupo. No seamos metodológicamente puristas; sí ideológicos, pero no puristas.
Me podrás decir que no estamos preparados –los profesores– para esto y te diré entonces que habrá que prepararse.