De cuando en cuando, una revelación mesiánica de alguno de los gurús de moda del mundillo estartapil pone patas arriba al sector informático en todo el mundo, que suele adoptar la nueva idea apasionadamente, sin evaluar en profundidad las verdaderas intenciones de la misma ni su idoneidad en un contexto completamente diferente.
Origen: La Bonilista
Algunos de los peores cheskazos están relacionados con cómo se supone que trabajan ciertas empresas de éxito y la adopción inmediata de dichos procesos y políticas, aunque el contexto y las necesidades de la nuestra no tengan nada que ver. Por ejemplo:
• la presunta organización de Spotify en tribus, gremios, capítulos y squads que parece un plan sin fisuras excepto por un pequeño detalle: nunca se implementó.
• del mismo tipo fue el abandono de los microservicios por parte de Amazon. …los ingenieros de Prime Video publicaron un post en el que documentaban cómo habían migrado su proceso de monitorización de calidad de servicio, de una arquitectura de microservicios a un clásico monolito de software, lo que les permitió ahorrar un 90% de sus costes.
El post se hizo viral… Solo había un problema: la base de su argumentación era mentira. En realidad, Amazon no acabó con los microservicios, solo los consolidó, optimizando un proceso estable que servía millones de ficheros binarios de forma concurrente.
• cheskazo del mismo calibre que cuando Netflix puso de moda los microservicios y, si no los usabas hasta para dar soporte al formulario más oscuro de tu aplicación, eras un troglodita tecnológico.
• un hit atemporal es intentar copiar el proceso de selección de Google, Apple o el empresón tecnológico que toque sin tener en cuenta que los mismos están diseñados para gestionar —y descartar— MILLONES de candidaturas, literalmente.
Tienes 6 veces más probabilidades de ser admitido en Harvard que en Google.
• o el presunto fin del trabajo remoto en la industria informática, un escenario tan absurdo como afirmar que, a partir de ahora, las empresas van a prescindir de las videoconferencias. Pero oímos que las Big Tech están haciendo volver a sus empleados a las oficinas y damos por hecho que es una tendencia generalizada. La realidad, sin embargo, es un poco más complicada.
En esa nueva realidad, imponer la presencialidad cuando no es imprescindible es igual que exigir a nuestra plantilla que cuente con un título universitario: un requisito que, en mayor o menor medida, reducirá la oferta de talento dispuesto a trabajar con nosotros y que deberemos compensar con un incremento de salarios si queremos mantener el número de candidatos a cubrir nuestras vacantes.
A compañías que facturan 2,5 millones de dólares por empleado con un sano margen —como Apple— eso les da absolutamente igual, pero a lo mejor la nuestra no se lo puede permitir.