¿Arte sin artistas? – El Correo de Las Indias, David de Ugarte
La idea moderna del «artista» nace con el humanismo renacentista. El que hasta entonces había sido un mercader y artesano, dueño y especialista de un saber que se reproducía y producía colectivamente en un taller-empresa, el Arte, empieza a ser considerado «creador». Es decir, un émulo individual de la divinidad de la cual participa a través de la «inspiración», otro concepto de la mística judeocristiana.
Entre el «maestro del Arte» y el artista hay un salto no solo en las formas de organización, sino en la concepción del trabajo. El maestro es el responsable de un taller que hace productos, el artista no es que renuncie al taller -al contrario, en ciertos momentos se masificará- pero se presenta como el responsable único de las «obras». El nuevo personaje pretende aportar esa «chispa divina» que supuestamente caracterizaría al verdadero «Arte» convirtiéndolo en algo «sin precio». Así que con el discurso individualista y místico del «creador» nace también el relato descalificador de la «artesanía», ese muñeco sin alma, del que solo se puede esperar que sea burdo y pobretón, mercancía inane que no tuvo el toque divino de un verdadero artista.
…El pintor renacentista y barroco aspira al privilegio real, a la «patente», algo extraordinario que ha de ser justificado frente al poder.…
En la vida comunitaria uno se da cuenta pronto de que la habilidad para hacer aportes creativos no se hereda genéticamente. Solo depende, como pensaban los artesanos medievales, de la propia capacidad para superarse y hacerse responsable de aprender. Luego, el aporte de cada cual es distintivo, diferente. Evidentemente, hay personas con más capacidad que otras en el manejo de una técnica determinada.
Este carácter, cooperativo con los demás y básico en la vida de cada uno, seguramente se hizo evidente antes en el mundo igualitario de las comunidades que en el «mundo del arte» donde las rentas impulsaban los discursos del «genio». Seguramente por eso, las comunidades igualitarias han expandido la lógica creativa del arte a más y más facetas de la experiencia cotidiana, disolviendo al mismo tiempo la figura del «artista».