No puedes nadar y guardar la ropa.
El siglo XX europeo se entretuvo demasiado con las filosofías del lamento (existencialistas) y las filosofías del lenguaje (analíticas). Es hora ya de acometer una filosofía de la percepción, una filosofía que aborde la cuestión de la sensibilidad, centrándose en el modo de ejercerla, de vivir sumergidos en ella
Juan Arnau: “La transformación social también tiene que ser interior” | Lecturas Sumergidasç
– ¿Puedes explicar más el concepto “yoga de la objetividad”?
– Es un término que me gusta mucho y que utiliza el filósofo polaco Henryk Skolimowski, el autor de La mente participativa. El concepto alude al yoga como disciplina, a cómo nos hemos disciplinado en la objetividad y cómo la logramos. Lo que ha pasado es que la física se ha desarrollado tanto que ha dado lugar a dos teorías, la teoría de la relatividad y la de la física cuántica. Y las dos desdicen o desmienten el yoga de la objetividad. …
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– ¿Crees que ya es hora de plantar cara a la primacía de la ciencia, de cuestionar la ciega confianza que genera?
– En La invención de la libertad lo que se plantea es la posibilidad de una nueva forma de hacer ciencia. Es un libro anticientificista, pero no anticiencia. El problema con la ciencia es que no se sabe muy bien lo que es y se tiende a creer que solo es una, cuando en realidad se trata de muchas disciplinas luchando entre ellas por legitimarse, por prestigio, por financiación. He ahí la complejidad y por eso hablar de la ciencia en general siempre es peligroso. Las ciencias son muchas y la visión del mundo que tienen no es uniforme, pero lo que sí es cierto es que durante los últimos siglos el dominio lo ha ejercido la cosmovisión físico-matemática. …
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– Diciéndolo con otras palabras: ¿Lo que sucede es que tenemos una confianza excesiva en la razón, en todo lo que es demostrable, medible, y no prestamos atención a la parte irracional, emocional…?
– Bueno, hay que tener cuidado con la palabra razón, porque muchas veces se utiliza mal y todo lo que te estoy diciendo es muy racional. Una cosa es la medición y lo cuantitativo y lo que es matemáticamente expresable, y otra cosa son las emociones, que, aunque no cumplan estas condiciones, son algo muy racional también.
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Hay quienes sostienen que lo que la ciencia dice el budismo lo expresó hace 2.000 años. Pues no es así, insisto. Tenemos que ver qué camino nos funciona mejor. Dependiendo del que elijamos será nuestra vida y la percepción del mundo que tengamos, porque estamos en un proyecto evolutivo y nuestro mundo está en función de nuestra actividad mental. Yo creo firmemente que hay gente que crea alrededor suyo espacios de gracia, espacios donde no suelen ocurrir calamidades, y hay gente que crea a su alrededor espacios de calamidad, y todo eso lo genera la propia mente. En la actualidad lo queremos todo, la solución total. Queremos el nirvana ya: gratis y rápido. Queremos la ciencia y queremos la espiritualidad. Y no puede ser así. Hay ciertos caminos que obturan otros y es lógico.
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– Bueno, el budismo tiene una idea que es fascinante. Y es la idea de la vacuidad, que suele ser muy mal entendida, porque mucha gente la asocia con el vacío, con la nada, cuando lo que viene a decir es que las cosas se apoyan las unas en las otras, que nos necesitamos los unos a los otros, que no tenemos una naturaleza propia, ni nosotros, ni ninguna otra cosa. … Quiere decir que no hay en el mundo ninguna sustancia [en filosofía sustancia es algo que no necesita de otra cosa para existir]. El budismo dice que no hay ninguna sustancia, ni Dios ni nada; que no hay ninguna, que todo se apoya en todo.
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– La solidaridad, la empatía, la unión de amplios colectivos, se valoran cada vez más ante la situación de crisis, de desmantelamiento de los derechos humanos, sociales, que estamos viviendo. La idea de que solamente juntos, aunando voluntades, podemos propiciar cambios, cada vez se asienta más. Al respecto, resulta muy oportuno lo que plantea Whitehead: “Las ideas mueven el mundo. En un primer momento sólo existen como suposiciones especulativas de pequeños grupos, pero, bajo determinadas circunstancias (cuando todo conspira a ello) pueden convertirse en fuerzas naturales que decanten un cambio de época”
– Sí. Hay una sintonía manifiesta ahora mismo con lo que expone Whitehead. Eso es la naturaleza mental de la realidad. Que las ideas mueven el mundo está clarísimo. Se trata de la naturaleza mental de la realidad a la que me refería antes. Las ideas están ahí y llega un momento en el que se pueden materializar. Pero la transformación social también tiene que ser una transformación interior y eso es muy importante, porque volvemos a encontrarnos con el mismo problema. La ciencia nos ha alejado del corazón; incluso la propia modernidad, al liberarnos de las sotanas -hecho que ha estado muy bien- nos ha dejado sin ningún tipo de afectividad espiritual. Y quedarnos exclusivamente con el reto de “democracia real ya” es peligroso, porque la democracia real no va a arreglar la vida espiritual ni el corazón de nadie. Puede solucionar las condiciones de vida, pero es muy arriesgado poner todo en una transformación social, es muy arriesgado poner esa utopía como único motor de la vida. Hay que cultivar también el interior.
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En términos budistas esa idea, que los tres tocan tangencialmente, sería que la libertad no es la posibilidad de elegir, sino un reajuste interior respecto a nuestros propios deseos. La libertad no consiste en “follow your dreams”; en el tan publicitado “lucha, esfuérzate y consigue tus sueños”. Eso es un eslogan del postcapitalismo que resulta muy rentable para las grandes corporaciones. La libertad es un reajuste interior que consiste en saber separarse un poco de los deseos.
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Hay un episodio en la vida de Buda que a mí me gusta mucho, donde se habla de Angulimala, un ladrón que vive en un bosque y tiene una terrible fama de sanguinario. Nadie quiere entrar en el bosque porque se le teme; lo tiene tomado y sólo acceden caravanas de cien personas, pero un día el Buda entra solo y el ladrón se siente ofendido. “¿Cómo se atreve? Voy a destrozarlo”, piensa, y decide ir tras él. El Buda sigue andando y Angulimala empieza a correr, pero cuanto más corre más se aleja el Buda. Y al final le dice: “Detente forastero”, a lo que el Buda le contesta: “No, detente tú. Yo ya me detuve hace mucho tiempo”. Es una imagen que me gusta mucho. Yo ya me detuve. Ya dejé de ser una marioneta de mis deseos. Ya supe salir de esa prisión. Ese frenarse, insisto, es primordial. Aquí hay una gran enseñanza.
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– Ya que estamos con William James, una de las ideas básicas de su pensamiento, según expones en el ensayo, es que “la vida es navegación”. Entender la vida como camino, como búsqueda, como conocimiento, es algo que recorre toda la tradición filosófica, desde sus comienzos.
– Sí. Sin duda esto es algo fundamental. Estamos aquí para conocernos. No estamos para buscar la felicidad, estamos para conocernos. Si logramos algo de conocimiento siempre nos llegará algo de felicidad, de alegría. A mí me gusta más la palabra alegría que la palabra felicidad, porque el término felicidad está demasiado manipulado. La felicidad es algo que se vende.
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– Tanto William James como Bergson y Whitehead son tres convencidos defensores de las humanidades.
– Así es, y este aspecto es importante en el libro, porque vivimos una guerra latente que no es entre ciencias y letras. La guerra es entre humanistas y tecnócratas. Y la batalla la van ganando los segundos. La invención de la libertad es una defensa del humanismo, porque yo soy de los que creen firmemente que lo que dice Cicerón sobre la vida me va a enseñar mucho más que una fórmula matemática sobre el funcionamiento del cerebro, o que una novela de Dickens me va a ayudar más en la vida que un tratado de geometría descriptiva.